"Ah qué callado salió el muchachito." Eso decían mucho de mí cuando era un imberbe mocosín. Luego, en algún fabulario infantil, leí que "la palabra es plata pero el silencio es oro". Y me la creí. Sobra decir que mis tíos, abuelos, compadres de mis papás, comadres de mis mamás (ésas son otras historias truculentas) y demás adultos que poblaban mi universo pequeñito empezaron a decir la primera frase de este párrafo más seguido.
Luego, aprendí a usar un aparatejo pesado y misterioso que estaba sobre el escritorio de mi padre y que, por falta de fantasía a la hora de la nomenclatura, se llama simplemente "máquina de escribir":
Primero les pareció una curiosidad divertida. Digo, tenía yo en esos ayeres algo así como tres años y medio o casi cuatro, y además la máquina era una curiosidad que mis padres habían traído desde Checoslovaquia, llena de teclas con cosas como ě š č ř ž ť ë y otras monerías que parecían más dibujitos que letras.
Luego, cuando se dieron cuenta de que no me podían alejar del maravilloso aparato, se empezaron a preocupar: "¿será autista el chamaco?" A veces tengo la impresión de que a través de todos los años que han pasado desde entonces, la pregunta se la siguen haciendo.
Digo siempre medio en broma y medio en serio que soy escritor porque no sé hablar. Y de hecho, por eso mismo mi carrera de actor de teatro se fue al caño, pero no la de dramaturgo. El por qué terminé haciéndome escenógrafo y el por qué terminé administrando un programa de becas, son misterios que todavía no me explica la vida...
Pero sigo siendo callado. Y sigo adorando el silencio. Superficialmente te da un aire de distancia sabia que a veces disfruto (entre eso y mis anteojos de Harry Potter me cargo un look de retrointelectual que de repente resulta en ooohs y aaahs de admiración, y el ego de vez en vez necesita una apapachada).
Pero el silencio me ha dado, y me sigue dando, mucho más que eso. Por una parte, es un buen maestro de otro arte harto complicado: el de escuchar. Me van a decir "ay, qué mamón", pero soy bueno para escuchar. Después de todo, eso y la lectura compulsiva son herramientas básicas para todo escritor.
Otra cosa que da el silencio es la posibilidad de hablarse uno a sí mismo, sin la necesidad de ir por las calles como Pita Amor, en el deschavete total. Creo que el monólogo, el diálogo, y el polílogo interiores son básicos para permanecer cuerdo en este mundo de locos que se creen sanos porque han aprendido a callar las voces de sus entrañas.
Claro que el silencio tiene sus bemoles. Pero ése será tema de la siguiente. Por hoy, ya rompí demasiado mi habitual silencio, así que
jueves, enero 18, 2007
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3 comentarios:
Los que somos callados, solemos usar la cabeza...
A mí no me engañas, no eres escritor porque no sepas hablar, lo eres porque te gusta ver tus palabras ahí, perennes y tatuadas. No te culpo.
Bien por la ruptura del silencio. Bien por el hombre del aire retrointelectual.
¡Aaahhh! ¡Ooohhh!
Dios... que me enamoro...
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