No lo se con exactitud. Ni siquiera se cómo fue. Hace tiempo me reuní con mis dos mejores amigas en mi departamento de la ciudad de Puebla para ver una película que parecía era divertida e inelocuente: El diario de Bridget Jones. Nos divertimos, nos entretuvimos, la disfrutamos, pero al final los tres no dejamos de afirmar que nuestras vidas eran completamente similares.
Éramos un pobre trío de loosers que no podían encontrar el amor y que, aunque nos habíamos relacionado siempre con pura gente pípiris, nuestra vida amorosa no era náis. Y claro, ellas dos, hasta la fecha, me siguen llamando la versión masculina-gay de Bridgete Jones… Y ahora que lo medito me doy cuenta de que tal vez lo soy.
Al llegar siempre el fin de año uno se come las uvas mientras se hace en la mente una lista de propósitos que quizás con el transcurso del año que comienza no puede cumplir del todo:
Dejar de fumar
Dejar de tomar
Encontrar equilibrio interno
Ir al GYM tres veces a la semana
Bajar de peso
No acostarse con el jefe
Dejar de acostarse con chacales
Dejar de pagarles a los mayates
Dejar durarles a los chichifos
Aprender a amar las cosas
Olvidarse de esas cosas
Dejar de hacer listas de propósitos de año nuevo.
Y bien… aquí vamos: Resulta que uno se llena de histeria porque la histeria es la consecuencia de la desesperación y por ello es imposible dejar el cigarro. Uno retoma el tabaco en cualquier momento de desesperación y a mediados de año resulta que se está fumando uno el doble de lo que se fumaba el año pasado. El pensar en la angustia de la soledad, en no tener un novio, un amante, hace que en la cabeza nazcan ideas absurdas y el cigarro ayude a alimentarlas aunque creamos que en realidad nos está relajando, y claro, uno quiere despejarse, quiere salir con los amigos y buscar por todos los lugares al ser amado y resulta que no está en las bibliotecas, ni en el trabajo, ni en los cines… y entonces el resultado es un club nocturno en el que uno asegura que ha dejado la bebida pero conforme pasa el tiempo, conforme se fuma más y conforme menor es la suerte decidimos que nos vale un carajo, que estamos hartos de estar solos y decidimos emborracharnos hasta perdernos, aunque al otro día la resaca sea el dolor más insólito y nauseabundo de nuestras vidas, incluso más grande que el dolor de todas las muelas –junto con los dientes- a un mismo tiempo, así que decidimos que no volveremos a embriagarnos de la manera en que lo hemos hecho y claro, acudimos al yoga, a la espiritualidad, seguros de que el amor no se ha hecho para nosotros. Comenzamos entonces a buscar equilibrio interno. Si los hombres no me quieren me basta con quererme yo y empezamos a ir al gym tres veces por semana, que conforme pasa el tiempo se vuelve en dos veces hasta que de pronto ya es solo una vez y finalmente lo olvidamos porque no conseguimos bajar de peso. Claro, que en la primera sesión queremos quemar todas las calorías almacenadas durante el año anterior y como no es posible decidimos que lo mejor es ponerse a dieta.
¿Por qué será que tendemos a pensar que al ponernos a dieta les gustaremos a los demás? ¿Será que estamos invadidos por la superficialidad? Y claro que lo estamos: Yo me pingo a dieta seguro de que me pondré bueno, bello y me ligaré a todos los hombres a mi paso pero resulta que a pesar de estar a dieta nadie se me acerca y mi jefe, un treintón mal humorado que siempre viste como si su madre le ordenara que ponerse, me invita a salir, me invita un trago en su departamento, me confiesa que es de clóset pero que se muere de ganas por tener una experiencia y yo, que no tengo sexo desde hace mas de medio año, aprieto los ojos, los puños, me vienen fuerzas sobre naturales –quizás de mi equilibrio interno- y me tiro al jefe, que incluso considera que aquello de usar condón va contra los mandatos de la iglesia…
No deja de atormentarme la idea de haberme tirado al jefe pero pienso: ¡eso de estar a dieta ha funcionado! Me siento el puto más bueno del mundo y claro, olvido que la última de mis resacas ha sido la más feroz de la historia de mi vida pero aún así, seguro de mi belleza, de mi cuerpazo por la dieta de dos semanas, me voy a los antros más arrabales –por no decir tugurios- y me emborracho con la certeza de que esa noche conquistaré el mundo entero y claro, otro de los propósitos en mi lista del año apsado se ha roto nuevamente: que me beso con todos los más buenos del lugar sin darme cuenta, debido a mi estado de ebriedad, que aquellos galanes de cuerpos casi perfectos son de la chinaza más popular, de la vecindad más pinchurrienta y asquerosa de la Buenos Aires, San Juan de Aragón y sepa la madre cuanta ciudad perdida de la “cosmogpolita” ciudad de México. Y desde luego que pasa lo que siempre pasa en esos casos: vivo solo y a uno me he llevado a la casa, bañándonos en placer, en líbido hasta que, del pedo que me cargo, me quedo profundamente dormido nuevamente despierto con la maldita resaca y de pronto recuerdo que alguien había estado conmigo en el departamento. Pues el chacal ya no está, y tampoco mi celular, ni mi cartera, ni mi sudadera tan bonita y de moda… ¡Me ha robado el hijo de puta! ¡La cabeza quiere estallarme! Me tomo dos Alcazeltzer ¡y juro que no lo vuelvo a hacer! Decido que jamás volveré a meter a nadie en mi ahora mancillado depto. ¡No quiero que me roben! Pero aunque ya no me importa la dieta –porque del coraje y la resaca he decidido dejarla para atragantarme de sopes, barbacoa, tacos de canasta y demás inmundicias alimenticias- yo quiero seguir teniendo hombres. ¡Quiero que se enamoren de mí de la manera que soy! Sin dietas, ejercicio, con mi aroma a tabaco y mi equilibrio interno tan malacopa. Así que en La Casita, cualquier otro tugurio o ya sea por el Internet –que a todos los aquí lectores se nos da-, encuentro a cuanto hombre guapo quiero conocer y claro, unos huyen porque mis fotos son súper sexies y chingonas pero ya en persona resulta que no, que soy muy pinche fotogénico pero cero que ver y no tengo más remedio que ofrecer dinero para que se acuesten conmigo, para que me amen, para que me acompañen y claro, como me siento y me creo mierda, de vez en cuando viene a mi algún mayate… para que compruebe que en efecto todos, hasta los más machos, llevan una homosexuala dentro y me enamoro… entre tanta borrachera, cigarro, salidas nocturnas e Internet… me enamoro de uno que es precioso, que es hermoso, que está muy bueno, que me ama de la manera que soy y que me habla como nadie lo ha hecho jamás en la vida, y yo le entrego todo: mi cuerpo, mi corazón, mi tiempo, mi dinero. Nos vamos de vacaciones juntos, le presto mi automóvil, lo invito a comer, a cenar, a los bares y pobre… no tiene dinero pero a mi no me importa. Yo tengo mucho y con él es con quien quiero gastármelo… y me pide chocolates para su mami… y u vino espumoso para su mamita… y joyas para su mamacita… y resulta que su chingada madre se llama “Gaby” y tiene 19 años. Es más joven que yo… con mejor cuerpo que el mío… con una cara más fina y bonita… ¡Y tiene chichis y vagina! Así que decido que ni hablar, me han chichifeado todo este tiempo y lo mejor que puedo hacer es deprimirme. Volver a fumar y volverme a emborrachar, a hundirme en la depresión y aprender a amar las cosas de la manera que son, pues ha llegado noviembre y aunque yo me quiero ir con los muertos en una ofrenda llena de amor, aún me queda tiempo en la tierra. Medito sobre mis propósitos del año y decido que no los he cumplido, que debo mandarlo todo, absolutamente todo al carajo y mucho más a los hombres. Decido que no habrán más dietas, no más cambios radicales, no más chichifos, mayates ni chacales… Y así se me va diciembre, entre fiestas, posadas y más pendejadas, las últimas del año, que total, todo está escrito en mi diario para recordar después lo que no debo hacer y el día 31 me comeré otras doce uvas y volveré a hacer mi lista de propósitos para el siguiente año, esperanzado a encontrar el amor, ese que me quiera sin condiciones… y justo de la manera que soy.
Éramos un pobre trío de loosers que no podían encontrar el amor y que, aunque nos habíamos relacionado siempre con pura gente pípiris, nuestra vida amorosa no era náis. Y claro, ellas dos, hasta la fecha, me siguen llamando la versión masculina-gay de Bridgete Jones… Y ahora que lo medito me doy cuenta de que tal vez lo soy.
Al llegar siempre el fin de año uno se come las uvas mientras se hace en la mente una lista de propósitos que quizás con el transcurso del año que comienza no puede cumplir del todo:
Dejar de fumar
Dejar de tomar
Encontrar equilibrio interno
Ir al GYM tres veces a la semana
Bajar de peso
No acostarse con el jefe
Dejar de acostarse con chacales
Dejar de pagarles a los mayates
Dejar durarles a los chichifos
Aprender a amar las cosas
Olvidarse de esas cosas
Dejar de hacer listas de propósitos de año nuevo.
Y bien… aquí vamos: Resulta que uno se llena de histeria porque la histeria es la consecuencia de la desesperación y por ello es imposible dejar el cigarro. Uno retoma el tabaco en cualquier momento de desesperación y a mediados de año resulta que se está fumando uno el doble de lo que se fumaba el año pasado. El pensar en la angustia de la soledad, en no tener un novio, un amante, hace que en la cabeza nazcan ideas absurdas y el cigarro ayude a alimentarlas aunque creamos que en realidad nos está relajando, y claro, uno quiere despejarse, quiere salir con los amigos y buscar por todos los lugares al ser amado y resulta que no está en las bibliotecas, ni en el trabajo, ni en los cines… y entonces el resultado es un club nocturno en el que uno asegura que ha dejado la bebida pero conforme pasa el tiempo, conforme se fuma más y conforme menor es la suerte decidimos que nos vale un carajo, que estamos hartos de estar solos y decidimos emborracharnos hasta perdernos, aunque al otro día la resaca sea el dolor más insólito y nauseabundo de nuestras vidas, incluso más grande que el dolor de todas las muelas –junto con los dientes- a un mismo tiempo, así que decidimos que no volveremos a embriagarnos de la manera en que lo hemos hecho y claro, acudimos al yoga, a la espiritualidad, seguros de que el amor no se ha hecho para nosotros. Comenzamos entonces a buscar equilibrio interno. Si los hombres no me quieren me basta con quererme yo y empezamos a ir al gym tres veces por semana, que conforme pasa el tiempo se vuelve en dos veces hasta que de pronto ya es solo una vez y finalmente lo olvidamos porque no conseguimos bajar de peso. Claro, que en la primera sesión queremos quemar todas las calorías almacenadas durante el año anterior y como no es posible decidimos que lo mejor es ponerse a dieta.
¿Por qué será que tendemos a pensar que al ponernos a dieta les gustaremos a los demás? ¿Será que estamos invadidos por la superficialidad? Y claro que lo estamos: Yo me pingo a dieta seguro de que me pondré bueno, bello y me ligaré a todos los hombres a mi paso pero resulta que a pesar de estar a dieta nadie se me acerca y mi jefe, un treintón mal humorado que siempre viste como si su madre le ordenara que ponerse, me invita a salir, me invita un trago en su departamento, me confiesa que es de clóset pero que se muere de ganas por tener una experiencia y yo, que no tengo sexo desde hace mas de medio año, aprieto los ojos, los puños, me vienen fuerzas sobre naturales –quizás de mi equilibrio interno- y me tiro al jefe, que incluso considera que aquello de usar condón va contra los mandatos de la iglesia…
No deja de atormentarme la idea de haberme tirado al jefe pero pienso: ¡eso de estar a dieta ha funcionado! Me siento el puto más bueno del mundo y claro, olvido que la última de mis resacas ha sido la más feroz de la historia de mi vida pero aún así, seguro de mi belleza, de mi cuerpazo por la dieta de dos semanas, me voy a los antros más arrabales –por no decir tugurios- y me emborracho con la certeza de que esa noche conquistaré el mundo entero y claro, otro de los propósitos en mi lista del año apsado se ha roto nuevamente: que me beso con todos los más buenos del lugar sin darme cuenta, debido a mi estado de ebriedad, que aquellos galanes de cuerpos casi perfectos son de la chinaza más popular, de la vecindad más pinchurrienta y asquerosa de la Buenos Aires, San Juan de Aragón y sepa la madre cuanta ciudad perdida de la “cosmogpolita” ciudad de México. Y desde luego que pasa lo que siempre pasa en esos casos: vivo solo y a uno me he llevado a la casa, bañándonos en placer, en líbido hasta que, del pedo que me cargo, me quedo profundamente dormido nuevamente despierto con la maldita resaca y de pronto recuerdo que alguien había estado conmigo en el departamento. Pues el chacal ya no está, y tampoco mi celular, ni mi cartera, ni mi sudadera tan bonita y de moda… ¡Me ha robado el hijo de puta! ¡La cabeza quiere estallarme! Me tomo dos Alcazeltzer ¡y juro que no lo vuelvo a hacer! Decido que jamás volveré a meter a nadie en mi ahora mancillado depto. ¡No quiero que me roben! Pero aunque ya no me importa la dieta –porque del coraje y la resaca he decidido dejarla para atragantarme de sopes, barbacoa, tacos de canasta y demás inmundicias alimenticias- yo quiero seguir teniendo hombres. ¡Quiero que se enamoren de mí de la manera que soy! Sin dietas, ejercicio, con mi aroma a tabaco y mi equilibrio interno tan malacopa. Así que en La Casita, cualquier otro tugurio o ya sea por el Internet –que a todos los aquí lectores se nos da-, encuentro a cuanto hombre guapo quiero conocer y claro, unos huyen porque mis fotos son súper sexies y chingonas pero ya en persona resulta que no, que soy muy pinche fotogénico pero cero que ver y no tengo más remedio que ofrecer dinero para que se acuesten conmigo, para que me amen, para que me acompañen y claro, como me siento y me creo mierda, de vez en cuando viene a mi algún mayate… para que compruebe que en efecto todos, hasta los más machos, llevan una homosexuala dentro y me enamoro… entre tanta borrachera, cigarro, salidas nocturnas e Internet… me enamoro de uno que es precioso, que es hermoso, que está muy bueno, que me ama de la manera que soy y que me habla como nadie lo ha hecho jamás en la vida, y yo le entrego todo: mi cuerpo, mi corazón, mi tiempo, mi dinero. Nos vamos de vacaciones juntos, le presto mi automóvil, lo invito a comer, a cenar, a los bares y pobre… no tiene dinero pero a mi no me importa. Yo tengo mucho y con él es con quien quiero gastármelo… y me pide chocolates para su mami… y u vino espumoso para su mamita… y joyas para su mamacita… y resulta que su chingada madre se llama “Gaby” y tiene 19 años. Es más joven que yo… con mejor cuerpo que el mío… con una cara más fina y bonita… ¡Y tiene chichis y vagina! Así que decido que ni hablar, me han chichifeado todo este tiempo y lo mejor que puedo hacer es deprimirme. Volver a fumar y volverme a emborrachar, a hundirme en la depresión y aprender a amar las cosas de la manera que son, pues ha llegado noviembre y aunque yo me quiero ir con los muertos en una ofrenda llena de amor, aún me queda tiempo en la tierra. Medito sobre mis propósitos del año y decido que no los he cumplido, que debo mandarlo todo, absolutamente todo al carajo y mucho más a los hombres. Decido que no habrán más dietas, no más cambios radicales, no más chichifos, mayates ni chacales… Y así se me va diciembre, entre fiestas, posadas y más pendejadas, las últimas del año, que total, todo está escrito en mi diario para recordar después lo que no debo hacer y el día 31 me comeré otras doce uvas y volveré a hacer mi lista de propósitos para el siguiente año, esperanzado a encontrar el amor, ese que me quiera sin condiciones… y justo de la manera que soy.
Para leer mas de Omar Tärsis Berzeg visita http://otarsis1978.tripod.com
3 comentarios:
Ps si, solemos ser medio superficiales, caray...
Ahora, a todo esto, y lo leído por los compañeros. Sin ánimos misóginos, pero excluyendo a las mujeres...
¿HAY ALGÚN HETEROSEXUAL EN ESTE BLOG?
Saludos
Omar, Omar...
Últimamente no tengo mucha inspiración pues ni un pedo me he inspirado. Pero bueno, el amor aveces es tan utópico como la paz mundial. Como la vida después de la muerte. Como llegar a los 80 y seguir teniendo la piel sin arrugas. Como el orgasmo. Como casi todo...
Pero ps me presento: Me llamo Daniel, mucho gusto!!
jajaja.
¡JAJAJA, QUÉ FATALISTA COMPADRE!
Ash, yo que no tomo ni fumo ni me ha pasado ni el 3% de lo que describes, pues siento que me he perdido de mucho de la vida.
Pero después me pongo a pensar en mis propios dramas y más bien creo que los he vivido en estadios diferentes, pero los gritos de la tribuna han estado igual de ensordecedores.
Ah, sí, hago esa analogía futbolera porque ahora vivo con un par de bugas con los que salgo a jugar fucho. Chale.
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