domingo, octubre 01, 2006

Reciclaje Número 1

Hola Filositos.

A continuación, expongo aquí, uno de los cuentos que ya publiqué en mi blog personal. Espero que les guste y opinen. Tiene Copyright.

Sasha Cawabonga

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LA ALBERCA

Es impresionante como pasa el tiempo, lentamente pero en un suspiro puedes contar tu vida y todo lo que en ella ha dejado huella, a pesar de que la huella que ha dejado uno mismo puede ser borrada fácilmente por cualquiera.

Y a pesar del tiempo transcurrido, yo todavía recuerdo como si fuera ayer como llegaste a mi vida; y aun puedo sentir el olor del cloro que inundaba el ambiente, combinado con aquella sensación fuera de lo normal. Aún puedo imaginarte entre mis brazos, ligera, en el agua; aún puedo ver tu infantil silueta en la semioscuridad, entre las penumbras, coronada por las flores que tomaba de las que flotaban en el agua. Aún te recuerdo, aún te llamo entre sueños, aún te amo…

Tenía doce años cuando mi padre me llevó a trabajar al deportivo donde el verano prometía diversión para un montón de niños; hordas y hordas de chiquillos llegaban cada mañana en autobuses repletos procedentes de todos puntos de la ciudad. Y heme allí, conviviendo con un montón de enanos uniformados, que corrían como locos de un lado a otro con sus gritos agudos y voces infantiles; y yo con doce años me sentía ya un hombre, alguien digno de respeto por parte de esas criaturas llenas de energía. Y dado el respeto que me merecían, cada mañana pasaba mis horas de trabajo tumbado a la sombra de los árboles, junto a los arbustos repletos de flores blancas, el único sitio tranquilo entre el bullicio de los pequeños desde donde podía ver como jugaban las pequeñas bestias. Que risa me da ahora ese concepto de la niñez, en mi prepubertad, vaya que odiaba a los niños todavía siendo uno.

Bueno, mi trabajo consistía en limpiar el patio mayor y las canchas cuando fuera posible, es decir, cuando los niños estuvieran tomando algún curso o de plano ya se hubieran ido; así que mi padre llegaba a regañarme cada que, desde la ventana de su oficina en el segundo piso del único edificio alto del deportivo, veía como holgazaneaba. A veces un solo grito desde esa estratégica ventana bastaba para que yo dejara de masticar yerba seca y me cambiara momentáneamente de sitio de descanso.

No era un empleo que hiciera con gusto, claro está, el único aliciente y en sí, mi verdadera recompensa, era que cada vez que los niños se marchaban, y el deportivo quedaba completamente solo y ni un alma entraba al recinto cerrado por las actividades vacacionales; la alberca del deportivo era toda mía.

No era una alberca cualquiera; era una alberca olímpica, techada, con plataformas de clavados, y todo el material disponible estaba en ella; corría la voz de que era la mejor y más equipada alberca de toda la ciudad. Y con la aprobación de mi padre, las tardes las vivía ahí, en una piscina vacía y que era completamente toda para mí; no me importaban los centavos que papá prometió pagarme (y que nunca lo hizo), ni las golosinas grátis que me daba la señora de la cooperativa; lo único por lo que acepté ese trabajo, era para poder nadar hasta el cansancio, una y otra vez, disfrutar del agua en todo mi alrededor dentro de esa alberca a la cual los niños tenían prohibido acercarse a toda costa.

Yo, obviamente, sabía nadar muy bien y por eso mi papá tenía la suficiente confianza en dejarme solo por las maravillosas tardes, sin el pendiente de que me fuera a ahogar. Aún así, un salvavidas trabaja por las tardes, y éste no era más que un adolescente grasoso que se encerraba en un apartado junto a las gradas escuchando su música en un tocacintas portátil. De tal manera que encerrándose en su mundo me dejaba completamente solo en el mío, y eso me agradaba. Así fueron mis tardes durante las primeras dos semanas en ese deportivo…, llegaba, encendía las luces, y dominaba mi mundo acuático.

El inicio de la tercer semana, creí que sería completamente igual, gritos por todos lados y al final el sonido del agua en mis oídos. Pero algo salió fuera de lo normal, al llegar mi tarde fabulosa, y disponerme a prender la luz, una voz casi junto a mi, me dijo: “…por favor, no enciendas las luces…”. El susto fue tremendo, tanto que caí al agua con ropa. Tras reponerme de la impresión, la voz me tendió su mano para salir del agua; estaba enojado, vestido, empapado y furioso; mi padre me había prometido que la alberca sería mía, solo mía durante las tardes, y ahora una voz extraña me impedía siquiera encender las luces.

“Mil disculpas… no era mi intención asustarte…” La voz era de una mujer, lo supe por el tono y por la figura regordeta que pude adivinar entre la oscuridad. Acepté la disculpa, mas mi enojo persistía, así que sin controlarme, exigí información precisa de quien era ella; adivinando su presencia entre las penumbras, le inquirí: ¿qué hacía allí? ¿por qué invadía mi espacio? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?

La serenidad de la mujer fue suficiente para hacerme callar sin necesidad de una bofetada, “Discúlpame de nuevo… no sabía que había alguien más en el deportivo; mi nieta esta con mi nuera, en los vestidores. Pero no podemos encender la luz… por favor”. Resultaba ahora que tenía que compartir MI alberca, y lo peor de todo, con una niña, tan malcriada que no podía cambiarse sola, y seguramente tan fea y gorda que no quería que se le viera en traje de baño; y por eso la luz no se podía usar. De muy mal modo accedí, y me fui totalmente indignado, entre tropezones, a cambiar de ropa…

Mis pupilas ya estaban lo suficientemente dilatadas como para por lo menos distinguir siluetas dentro del edificio de la alberca, y había decidido tomar la actitud de víctima ante el agravio del cual había sido objeto ese día. Salí del vestidor desquitando mi coraje con la toalla y fue entonces que te vi. En el agua, estaba una frágil figura, como de muñequita de porcelana, flotando entre un montón de juguetes en la oscuridad, y desde el graderío tu madre y tu abuela veían tus actividades… Yo no atiné mas que a tratar de ver, como ellas, y quede impresionado ya que tu simple figura entre la semioscuridad parecía disfrutar de estar en el agua mas que yo, y eso ya era muchísimo. Regrese al vestidor, y tras ponerme mi ropa mojada, me fui sin hacer ningún ruido. Te presté mi alberca, por ese día.

Otro día de trabajo pasaba, y como el día anterior, me disponía a dar la nadada de mi vida; camine hacía el edificio de la alberca, y antes de llegar vi pasar un coche negro, que nada dejaba ver de su interior…: vidrios polarizados impedía cualquier paso de la luz y algún vistazo rápido dentro de él. “Qué extraño” me dije. Pasó entre los jardines y lo perdí de vista, sin darme cuenta que el extraño automóvil amenazaba de estacionarse junto a la alberca.

Al llegar a la piscina, de nuevo me impidieron encender las luces, la misma mujer del día anterior me lo pidió como un favor. Seguía sin comprender absolutamente nada. Solo sabía que ésta vez no iba a permitir que solo tú ocuparas la alberca y enojado me fui a poner mi traje de baño, lo más rápido posible; listo en unos segundos, corrí a ciegas hacía la alberca, y sin ningún miramiento me lancé al agua. Nade, nade, nade… por un margen de diez o quince minutos dominé la piscina de un lado a otro, de norte a sur y de este a oeste… hasta que llegaste y te vi por segunda vez.

Acompañada de tu madre, tapada con una gran toalla blanca, te revelaste a oscuras ante mí; un bañador negro cubría el pudor de tu delgado, blanco, y delicado cuerpo. Tu cabello lacio y oscuro caía sobre tus hombros, y tu cara, tu cara era imposible de ver, debido a las tinieblas dominantes en el lugar.
Tu abuela exclamó lo bueno que era que te hiciera compañía, al fin tenías un amiguito, decía. Y yo seguía sin comprender un rábano; con mucho cuidado entraste al agua, tu madre te ayudaba como si fueras a romperte… te preguntó si el agua estaba a tu gusto, si no te lastimaba. Cuando se cercioró de que todo estuviera bien, se fue a sentar a las gradas.


“Hola” me dijiste tímidamente. Sabías que me enojaba tu presencia, y con el adecuado tiento me trataste.
“Hola” contesté y me alejé.
“Me llamó Angélica” dijiste “¿y tú?”
“Samuel” te dije desde el otro lado de la alberca.


Durante un buen rato demostré con afán de molestar lo bien que sabía nadar. Hice sprints, piruetas en el agua, me pare de cabeza; en fin, mis mejores trucos acuáticos fueron hechos para deleite de mi egoísmo. Tu, mientras tanto, chapoteabas, y jugabas delicadamente con una pelota que, debido a la ausencia de luz, se veía oscura.

De repente la pelota fue a dar fuera de la alberca, y con una voz realmente angelical, me pediste que fuera por ella. Sin salir de la piscina me asomé de reojo a ver donde estaba la pelota, y con una falsa mirada de odio, te dije, que solo por ésta vez, aunque a partir de ese momento supe que cuantas veces me lo pidieras, iría por la pelota.

Tu madre y tu abuela, habían salido sin que yo me diera cuenta y lentamente abandoné el agua, caminé despacio hacía la pelota, y cuando me disponía a regresar, te vi nadar. Por Dios, ¡eras una Diosa en la alberca!. Una mágica ninfa que pataleaba y braceaba con tal soltura y precisión que el agua era un poema y tu nadar su verso. No me atreví, pese al frío, a entrar de nuevo a la alberca, sería un insulto para esa sublime obra de arte, que tú sola realizabas y solo para el deleite de mis ojos que trataban de ver lo mas claro posible entre las suaves sombras.

Más que embobado, solté la pelota que ligeramente botó hacía las gradas, y casi babeando me hinqué y solo dejé que mis ojos te siguieran…

Dos horas exactas nadaste, y yo por cientoveinte minutos observé tu sombra en el agua. Entre ida y vuelta adivinaba una sonrisa de tu parte, y yo correspondía dibujando un tímido enseñar de dientes. Cuando paraste de nadar, vi que tus acompañantes aún no regresaban; pero te acercabas a la orilla. “¿Puedes traerme una flor?” preguntaste con una dulce vocecilla.

“¿Una Flor?” Pregunté ahora Yo, “¿De dónde saco una flor?”
“Allá afuera vi muchas, y blancas; ¿me puedes traer una?”

Claro que fui, corriendo me salí de la alberca provocando que mis ojos se deslumbraran demasiado, pero no me importó y seguí corriendo a ciegas para buscar una flor blanca; tenía que encontrarla ya que me acababa de enamorar de la más bella niña de todo el mundo, y ella me la pedía con su voz angelical, que no dejaba a dudas por que te llamabas Angélica.

Cuando mi vista se recuperó, encontré un montón de flores, flores blancas regadas por todo el jardín de la entrada y que yo nunca había tomado en cuenta. Cogí una, y luego otra; te llevé dos. Regresé rápidamente a la alberca, estabas esperándome en el agua, y me acerqué a la orilla para entregártelas.

“Allá afuera hay muchas” Te dije, “¿Por qué no vamos allá?”
“No puedo…” contestaste agachando la vista. “Tengo que quedarme aquí”

Aún no comprendía nada, solo sabía que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por tí en ese momento; y te gustaban las flores blancas, las flores blancas que estaban afuera, y tú adentro, sin poder salir… así que fui a cortar más flores para traerte, y más, y más.

Di más de cien vueltas, corriendo, pero te conseguí todas, absolutamente todas las flores blancas que había en los jardines del deportivo. Y conforme yo las llevaba, tu las depositabas suavemente en el agua de la alberca donde aun estabas. Y cuando llegué con la última entrega, entré al agua, que estaba tapizada con el color blanco de las flores, que aún guardaban la luz del sol; y acercándome lentamente a tí, pude ver tu bello rostro gracias a la tenue luz floral que, juntó con su agradable perfume, empezó a inundar el ambiente.

La piscina lucía como sí fuera una nube, y tal parecía que estabamos en una de ellas, ya que mágicamente sentí flotar conforme me acercaba a tí y tomaba tus manos, y la luz celestial de las flores iluminaba tu silueta y tu cara con un aura blanca que delineaba toda tu figura. Mi corazón comenzó a latir al mismo ritmo que el tuyo, y en ese instante nos besamos…

Entre el agua y las flores, contigo, conocí el amor.

El resto de la tarde fue nadar y nadar juntos, reírnos, abrazarnos y jugar; y vivir lo más que pudiéramos nuestro recién descubierto sentimiento; hasta que nos detuvimos, pues sabíamos que tenías que irte, y entraste al vestidor donde tu madre y tu abuela aguardaban diciéndome adiós con un inocente beso, reflejo de nuestro inocente amor. Yo también salí del agua, y me fui a vestir deseando que el tiempo corriera rápidamente para que llegara el otro día y vernos de nuevo.

La siguiente tarde, llegué a la alberca corriendo a más no poder… y la hallé sola, únicamente flotaban en el agua de la alberca las flores marchitas que permanecía quietas desde la tarde anterior, y ya no irradiaban ninguna luz. Esperé y esperé fuera del agua, impaciente a que llegaras; el más leve ruido lejano hacía que volteara a buscar tu figura saliendo del vestidor, pero la decepción llegaba inmediatamente al no poder ver nada ni a nadie; en ningún momento encendí las luces, por si llegabas, y respetar tu oscuridad. Y seguí esperando, y esperando, y tanto esperé, que las vacaciones terminaron. Lloré.


Algunos meses después, le comenté a mi padre de la presencia de una niña que nadaba en la oscuridad, sin dar más detalles. El me contó entonces, que eras una pobre niña enferma, de un extraño síndrome que te impedía recibir la más leve luz, fuera del sol o de algunos tipos de focos: Xeroderma Pigmentario. El hecho de no protegerte de la luz que te lastimaba, podía provocarte una lesión muy grave. Pero que sin embargo te gustaba mucho nadar, y que tu madre había pedido a mi padre usar la alberca un par de veces para calmar tus deseos de nadar, ya que la piscina no estaba al aire libre y podía permanecer a oscuras. Mi padre relató esta historia, con una mirada que agradecía a la vida por darle un hijo sano y en esta breve explicación surgieron las respuestas a todas las preguntas que durante mucho tiempo habían vivido en mi mente y desprendió también los alfileres con los que detenía mis sueños contigo.

Y nunca más supe nada de ti, ni volví a mencionarte; a pesar de que tu nombre y tu imagen surcaron mi mente durante varias noches, Angélica, tu nombre es sagrado para mí.

Contigo conocí el amor, y solo contigo lo viví. Y todavía recuerdo, como si fuera ayer, como llegaste a mi vida, aun puedo sentir el olor del cloro que inundaba el ambiente, combinado con aquella sensación fuera de lo normal. Aún puedo imaginarte entre mis brazos, ligera, en el agua; aún puedo ver tu infantil silueta en la semioscuridad, entre las penumbras, coronada por las flores que tomaba de las que flotaban en el agua. Después de más cuarenta años, con una lágrima, aún te recuerdo, suavemente aún te llamo entre sueños.

…aún te amo…

Escrito en 2001

2 comentarios:

Pável dijo...

Usté sabe que el presente me gustó harto. Lo que había que decir ya se lo puse en otra Window, así que pos por acá nomás le reitero que me gusta el reciclaje, es necesario para saber al planeta weeee. En fin, nos cawaleemos!!!

Paco Reyes dijo...

Generalmente digo que en mi infancia me inyectaron contra el romanticismo, pero he de decir, señor sasha, que esta historia es en verdad hermosa. Prefiero no decir más para no manchar la blancura de flores en la alberca. Os mando un saludo y sí, yo también lo estaré leyendo con mucho gusto.