Así nomás, llegó la media noche y empezó la batalla.
Por un lado, el ayuntamiento de Puerto Vallarta, que desde el malecón iluminaba las olas con hartas luces de harto wattaje. Por el otro, una cadena casi interminable de hoteles y ressorts ubicados en lo que se llama Nuevo Vallarta, que está, no en Jalisco como el Viejo Vallarta, sino en Nayarit.
Nomás dieron las doce de la noche, y nosotros, que estábamos en la playa en un punto más o menos en medio de los dos combatientes, nos empezamos a sentir como espectadores de un juego monumental de tenis. O de ping pong. Calistenia: cabeza para un lado, oooh aaah, cabeza para el otro, oooh aaah. Repetir ad absurdum.
Y digo ad absurdum porque los fuegos artificiales que empezaron a eyacular uno y otro lado sobre la Bahía de Banderas que ambos comparten, empezaron a jugar el va y viene, el estira y afloja, el diálogo extraño y extrañante del Niño Perdido que luego tocan los mariachis.
Y de pronto nos quedó claro: ¡No era un diálogo! ¡No era un concierto! ¡No era un juego! Era una guerra. Para ver cuál de las dos chuchas cuereras era más chucha y más cuerera que la otra.
Que el malecón sacó cascadas de centelleantes tricolores (verde, blanco y rojo, obviamente, seamos patriotas). Pues los hoteles respondieron con platívolos morados y azules que iluminaron los barcos en la bahía.
Que los hoteles dispararon fuentes brotantes que a las de Neptuno habrían dejado en la pendeja. Pues el malecón contestaba con algodones de azúcar multicolores que ascendían cientos de metros antes de reventar.
Fue un duelo de pirotécnicos que a una gringa que estaba cerca de nosotros le arrancó el comentario: "this is better than Disneyland". Sí, era mejor que Disneylandia. Mucho mejor.
Sobre todo, fue mucho más largo... Luego, ya en la madrugada, mientras en el hotel al lado tocaban el tema de Los Munsters (oh my god, la nostalgia!!!!), por pura curiosidad me metí en línea para ver cómo habían tronado los cohetes en otras partes del mundo.
Berlín: 10 minutos de fuegos artificiales.
Sydney: 10 minutos
Hong Kong: sólo 5 minutitos (eso sí, los chinos se la bañaron: todos los rascacielos de la ciudad, toditos, participaron en una cascada de centellas que dejó pasmado a más de uno)
Nueva York: 15 minutotes. Los gringos festejan en grande. Eso que ni qué.
Nuevo Vallarta, Nayarit: veinte minutos. Sí. Los hoteles y ressorts echaron la casa por la ventana y deleitaron a sus huéspedes con veinte minutos de cohetería. Más que Nueva York.
¿Y el malecón del viejo Puerto Vallarta? Agárrense. MEDIA HORA. No quisieron que los hoteles al otro lado de la bahía los opacaran, y se aventaron MEDIA HORA de fuegos artificiales.
Según mi información (que por supuesto dista de ser completa), el de Puerto Vallarta, Jalisco, fue el espectáculo pirotécnico de año nuevo de mayor duración en el mundo.
No quiero saber qué costó el asunto, porque no se trata de eso (es más, lo que haya costado, lo valió, créanlo). Es sólo para que quede constancia, por si los del Guiness lo pasan por alto.
Nosotros, por lo menos, lo disfrutamos. Con todo y el olorcito a pólvora de después de consumado el hecho.
Ya más tarde, consumamos otros hechos. Pero ésa es otra historia.
Feliz año a los filosos.