Luego, aprendí a usar un aparatejo pesado y misterioso que estaba sobre el escritorio de mi padre y que, por falta de fantasía a la hora de la nomenclatura, se llama simplemente "máquina de escribir":

Luego, cuando se dieron cuenta de que no me podían alejar del maravilloso aparato, se empezaron a preocupar: "¿será autista el chamaco?" A veces tengo la impresión de que a través de todos los años que han pasado desde entonces, la pregunta se la siguen haciendo.
Digo siempre medio en broma y medio en serio que soy escritor porque no sé hablar. Y de hecho, por eso mismo mi carrera de actor de teatro se fue al caño, pero no la de dramaturgo. El por qué terminé haciéndome escenógrafo y el por qué terminé administrando un programa de becas, son misterios que todavía no me explica la vida...
Pero sigo siendo callado. Y sigo adorando el silencio. Superficialmente te da un aire de distancia sabia que a veces disfruto (entre eso y mis anteojos de Harry Potter me cargo un look de retrointelectual que de repente resulta en ooohs y aaahs de admiración, y el ego de vez en vez necesita una apapachada).
Pero el silencio me ha dado, y me sigue dando, mucho más que eso. Por una parte, es un buen maestro de otro arte harto complicado: el de escuchar. Me van a decir "ay, qué mamón", pero soy bueno para escuchar. Después de todo, eso y la lectura compulsiva son herramientas básicas para todo escritor.
Otra cosa que da el silencio es la posibilidad de hablarse uno a sí mismo, sin la necesidad de ir por las calles como Pita Amor, en el deschavete total. Creo que el monólogo, el diálogo, y el polílogo interiores son básicos para permanecer cuerdo en este mundo de locos que se creen sanos porque han aprendido a callar las voces de sus entrañas.
Claro que el silencio tiene sus bemoles. Pero ése será tema de la siguiente. Por hoy, ya rompí demasiado mi habitual silencio, así que
3 comentarios:
Los que somos callados, solemos usar la cabeza...
A mí no me engañas, no eres escritor porque no sepas hablar, lo eres porque te gusta ver tus palabras ahí, perennes y tatuadas. No te culpo.
Bien por la ruptura del silencio. Bien por el hombre del aire retrointelectual.
¡Aaahhh! ¡Ooohhh!
Dios... que me enamoro...
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